domingo, 9 de septiembre de 2007

Ladrones de calcetines

Después de un verano accidentado en el tema viajes donde a uno le da tiempo a sacarse billetes desde ciudades que no están ni cerca ni en el itinerario previsto, ya estamos en la vuelta al cole.

El caso es que después de tener una semana con la mochila debajo de la cama, ya he puesto un par de lavadoras con ropa atrasada de antes de las vacaciones y ordenado la casita. De hecho, hace un rato iba a quitar la ropa seca cuando me he dado cuenta de que me faltaban muchos calcetines.

Recuerdo mi infancia en Madrid. Allí, las cuerdas de tender la ropa se compartían con el vecino de enfrente. Y vaya, siempre existía el problema eterno de la falta de calcetines. Cuando era pequeño no era consciente de esto. Sin embargo, cuando fui creciendo, me di cuenta de que en los cajones con mi ropa se iban acumulando pares sueltos de calcetines imposibles de emparejar. Grandes, medianos, negros, de colorines, pero siempre sin pareja. La cosa estaba clara, era un secreto a voces que el vecino tenía una mente retorcida que obligaba a robarme las parejas de los calcetines.

Pasaron los años y nos fuimos a vivir a Alicante. Esta vez, sin embargo, tuvimos la precaución de escoger una casa donde las cuerdas de tender la ropa no fuesen compartidas. Pues bien, día a día que pasaba en esa casa, calcetín a calcetín solitario que se almacenaba. Tenía muchísimos calcetines sin pareja y ¿sin explicación? No, la cosa estaba clara, era un secreto a voces que mi familia tenía una mente retorcida que obligaba a robarme las parejas de los calcetines.

Pasaron más años aun y me vine a vivir a Granada. Esta vez, sin embargo, tuve la precaución de irme a vivir solo, donde las cuerdas de tender la ropa fuesen solo para mí. Pues bien, ahora mismo tengo una montaña inmensa de calcetines sin pareja. ¡Coño! ¡Mentes retorcidas! ¡Si os invito a mi casa no me robéis los calcetines!